Ir al contenido principal

La vida humana como despliegue del código-semilla

 En un escrito anterior distinguimos nuestra preferencia a hablar de código natal o código celeste/astral (o podemos seguir ensayando nuevas combinaciones) para reemplazar la noción de carta natal/astral observando la falacia lógica a la cual esa manera de nombrar nos conduce (ver Porqué ya no hablamos de carta natal y preferimos hablar de código). Es importante observar las maneras de nombrar que el lenguaje nos “obliga” a usar, dado que condicionan nuestra manera de percibir y sobre todo de sentir la realidad.

En el mencionado escrito nos referimos a la falacia que subyace en el decir “mi” código natal o  “tengo” sol en Virgo. Hemos cuestionado el supuesto de que somos entidades autónomas “propietarias” de un código natal, dando cuenta del error lógico que constituye esta forma de nombrar dado que, si somos rigurosos, cuando pronunciamos estas frases, es el código natal quien las pronuncia. Es decir, no existe un sujeto que esté fuera del código natal, sino que el sujeto es un emergente del mismo.

En la misma línea de exploración, observamos que los seres humanos nos experimentamos a nosotros mismos desde una autoconsciencia, un registro de la corporalidad que ocupa un lugar en el espacio y que contiene una interioridad. Esa instancia auto-consciente, el yo, que luego habla de “su” código natal, es una acumulación de información en la memoria del cuerpo a partir del registro de las experiencias. Desde un registro central se va organizando un relato coherente y secuencial acerca de esas experiencias que llamamos biografía.

Desde ese registro básico, construimos un paradigma general acerca de la vida humana a la cual percibimos como un recorrido más o menos lineal donde nos movemos impulsados por el deseo y nos vamos encontrando con obstáculos o dificultades a vencer, o bien con logros, satisfacciones momentáneas de nuestros deseos. El deseo resulta así el regulador de nuestra existencia, ya sea éste un genuino deseo de amor, el deseo de dinero, éxito, posición o reconocimiento, el deseo de felicidad, e incluso el deseo de sanación profunda, de ser una buena persona o de evolución espiritual. Sea el deseo que sea, percibimos la vida como una carrera del sujeto en pos de conseguir un “objeto” que no está a su alcance inmediato. Esto implica un tipo de excitación que organiza el cuerpo-psiquis.

La investigación del lenguaje astrológico y del hecho astrológico que subyace a él (la relación estructural entre los movimientos planetarios y las vidas terrestres), nos posibilita cuestionar este paradigma y revelarnos un orden más profundo en el diseño de nuestras vidas.

La forma terrestre no puede manifestar la información del código astral en su totalidad de manera absoluta e inmediata, dado el simple hecho de que la forma es limitada por definición, mientras la información es vasta y está organizada como una frecuencia resonante sin límites claros. Así como el código genético contenido en la molécula de ADN incluye características del cuerpo biológico que se mantienen latentes y dependen de ciertos disparadores para manifestarse, el código astral tiene implicado un despliegue cíclico y vincular de la información.

El código se presenta, según la bellísima metáfora de Rudhyar, como una semilla en la cual el potencial despliegue del árbol está implicado. En una diminuta semilla está encapsulada toda la información química, biológica y vibratoria que ese árbol puede llegar a ser, la especie de la que forma parte, el color y forma de sus hojas, su tronco y ramas, la particularidad de sus raíces y el fruto que dará.  También en ese código está implicada la información acerca del tipo de suelo, de clima y de riego que ese ejemplar necesitaría para desarrollarse en su máximo potencial.

Si miramos un antiguo bosque, compuesto por multitudes de frondosos árboles, tal vez podamos captar la magia de que cada uno de esos enormes seres ha sido en su momento una diminuta semilla, así como si miramos una semilla podemos captar en ella un orden latente aún no desplegado que se transformará eventualmente en un potente árbol, cobijo de un sinnúmero de animales, generador de oxígeno y  humedad para el planeta.

En el instante del nacimiento de un ser humano está toda la información vital implicada esperando para desplegarse. Eso es el código natal.

Una vez que percibimos esto, debemos animarnos a romper entonces con la percepción tan extendida de que el código natal es algo que le pertenece a la persona y que resulta una herramienta para su beneficio. Debajo de esta percepción está la presencia de un tipo de mente, que habita en el ser humano, que es de corte tecnológico y un condicionamiento perceptivo que registra a la realidad como algo estructuralmente separado e independiente de sí.

Pero si somos astrológicamente rigurosos, la realidad se nos presenta como una correspondencia entre quien percibe y lo percibido. Quien percibe, el sujeto, está estructuralmente ligado a aquello que percibe como objeto. Lo que llama “su” realidad, los hechos de “su” vida, las personas con las que comparte día a día sus experiencias, son exteriorizaciones del código del cual él mismo es una exteriorización emergente. Como las hojas del árbol son la exteriorización de lo implicado en la semilla.

Seguir percibiendo un sujeto independiente que “tiene” una carta natal como “herramienta” para usar a favor de sus deseos personales, así sean estos de elevado y genuino anhelo de evolución, es en última instancia una falacia perceptiva para quien está inmerso en la investigación astrológica de manera comprometida. En todo caso, si nuestra mente tecnológica no se resigna a abandonar la sensación de herramienta, deberíamos pensar que la astrología es una herramienta para hacernos dar cuenta de que nuestra manera paradigmática de percibir la realidad es parcial y abrirnos así  a un nuevo paradigma.

De esta forma, dejaríamos de ver la vida como la carrera lineal de seres que buscan conseguir la satisfacción de sus deseos, cargada de frustraciones y obstáculos a superar para alcanzar la realización o la felicidad y pasaría a ser la observación de un proceso de despliegue de una información específica que aprende a manifestarse de manera más creativa a través de las experiencias de los sujetos.

En este paradigma aparece subvertido cierto orden dado que allí seríamos nosotros, en tanto sujetos, las “herramientas” que “usa” la vida para manifestarse. Si nos corremos del centro, podemos ver que somos simplemente catalizadores de variada información cósmica hecha carne, que entretejida con otros códigos-cuerpos, manifiesta el Cielo en la Tierra.

 

Comentarios